En torno a Henry James




ALGUNOS RELATOS DE HENRY JAMES.



1.-Introducción.
2.-Compañeros de viaje.
3.-El punto de vista.
4.-La lección del maestro.
5.-Los papeles de Aspern.
6.-Recapitulación .
7.-Referencias bibliográficas.


1.-Introducción.

Quiero comenzar este ensayo citando el final de la primera conferencia de Italo Calvino, titulada Levedad, contenida en su obra titulada Seis propuestas para el próximo milenio. En ella Calvino se refiere a un breve relato de Kafka, El jinete del cubo. Lo resume con las siguientes palabras:

«Es un breve relato en primera persona, escrito en 1917, y su punto de partida es evidentemente una situación muy real de aquel invierno de guerra, el más terrible para el Imperio austriaco: la falta de carbón. El narrador sale con el cubo vacío en busca de carbón para la estufa. Por la calle el cubo le sirve de caballo, llega a izarlo a la altura de los primeros pisos y lo transporta meciéndolo como en la grupa de un camello». (Italo Calvino. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela 2005. p.42).

Italo Calvino se vale de la imagen de este cubo vacío, que transporta en volandas a su poseedor, para reflexionar sobre el valor de la levedad. Un cubo rebelde pues no aceptaba su uso más ordinario, el transportar carbón. Un cubo que contradecía la propia voluntad de su poseedor, pues él tan solo pretendía conseguir carbón para calentarse. Buscaba calor y salió en volandas arrastrado por un cubo vacío. Para Calvino este cubo representa el valor de la levedad como virtud de la literatura. Y más allá de las palabras de Italo Calvino, pensar en el cubo, como signo de privación, de deseo y de búsqueda, me abre el camino para el presente trabajo.
Normalmente, cuando termino de escuchar un discurso filosófico (en este caso una conferencia escrita) me digo: aquí no termina la filosofía, aquí ha de comenzar. Y aquí, en el final de la conferencia de Italo Calvino, encuentro la analogía entre la figura del cubo y la literatura, entendida de forma general como el uso de la palabra para crear ficciones. La levedad que eleva al ser humano que pretende satisfacer su necesidad de calor ―que tan solo busca abrigo― y que, sin embargo, se encuentra llevado en volandas por un cubo vacío, por una figura de la imaginación. La ficción que emerge de la situación real, como acertadamente hace notar I.Calvino. Pero a esta figura yo añadiría la vaciedad del cubo; la razón del vuelo del cubo reside en lo que carece, en la ausencia, en su oquedad.
El presente ensayo pretende recorrer en volandas el valor de la ausencia pensado como propulsor de esa levedad que alza al vuelo la imaginación. Sostengo que pertenece al discurso literario un saber que denomino de ausencias, que consiste precisamente en saber aquello que no está presente, y que se sabe precisamente por no estar presente, por su ausencia. Sencillamente, me estoy refiriendo a esos casos en que algunas veces uno tiene la sensación de que algo falta pero no sabe qué, y unas veces acertará y otras no. Pero en todo caso esa certeza de la ausencia, certeza del requerimiento por rellenar una falta, siempre mueve, siempre está ahí.
ASÍ guiado por la levedad, llevado en volandas por ese cubo, pretendo mostrar como en los relatos de Henry James he encontrado esas ausencias capaces de provocar el vuelo de la imaginación. Para este menester trataré de centrarme tan solo en los momentos donde las encontré señaladas, sin detenerme a resumir detalladamente la historia narrada.


2.-Compañeros de viaje (1870).
El primer relato que leí de Henry James se titula Compañeros de viaje, y en él desde las primeras líneas sentí la falta de algo sin saber muy bien qué. Para mostrar esta ausencia comenzaré por transcribir literalmente el comienzo del relato:

«La Última Cena de Leonardo en Milán es indiscutiblemente la pintura más impresionante de Italia. Parte de su inmensa solemnidad se debe sin duda a que es una de las primeras grandes obras maestras italianas que salen al paso cuando se desciende desde el norte. Otra fuente secundaria de interés radica en la absoluta perfección de su deterioro. La imaginación experimenta un extraño deleite al cubrir cada uno de sus espacios vacíos, borrando su completa corrupción y reparando en la medida de lo posible su triste desaliño». (Henry James. Compañeros de viaje. Navona  2010. p.17). 

En primer lugar, ya en estas líneas encuentro una alusión directa a la capacidad de la imaginación para saber acerca de lo que falta, en palabras literales de James para «cubrir espacios vacíos». Y yo considero que esta tarea de cubrir los espacios vacíos ya constituye un saber. Uno ha de saber qué hacer cuando se encuentra ante una ausencia. Esa ausencia ya es algo sabido, pues quién no sabe de esa ausencia difícilmente asumirá la tarea de su cumplimiento, de rellenar su vacío. Esa ausencia inquieta, y por inquietar mueve, y mueve en busca de una respuesta, y dado que ésta última esta ausente bien puede resultar una respuesta errónea. Pero aún así, ahí encuentro un saber certero de la falta de algo. La ausencia es dada por sabida, sin embargo, aquello que rellena esa ausencia en tanto que respuesta no viene dado por sabido.
En segundo lugar, como ya he dicho, desde que comencé la lectura de este relato en esas primeras líneas me encontraba ante cierta inquietud. En ellas claramente me faltaba por saber sobre el autor de las mismas, quién las escribió y por qué. En ellas faltaba por explicitar la razón de su estar, ¿por qué el autor comenzó con ellas una narración literaria? Pues ciertamente esas mismas líneas podrían encontrarse, por ejemplo, en una guía de viajes, tan sólo la forma con la que son entregadas le permite al lector deducir que se encuentra ante un relato literario.
En este caso su autor es Mr. Brooke, el protagonista de la historia que se relata, mejor dicho que él mismo narrará en primera persona, lo cual le otorga un carácter más real si cabe. Precisamente, lo que a mí me llamaba la atención de este relato era su carácter de verosimilitud, de realidad, la facilidad con que invita al lector a considerarlo real. 
Este carácter de realidad domina a lo largo de todo el relato, probablemente debido al uso de descripciones precisas y detalladas de los escenarios en los que transcurre la narración. Me permitiré transcribir las propias palabras de Mr Brooke para juzgar una vez más sobre el carácter real de las mismas:
«Aquellos que hayan paseado por las inmensidades marmóreas de la cumbre de la catedral de Milán apenas esperarán que las describa. […]. Allá arriba, enaltecido por la acción del sol, se encuentra un vasto mundo marmóreo. La sólida blancura se extiende en enormes losas a lo largo de las pendientes iridescentes de la nave y del transepto, como los solitarios campos nevados de los Alpes más elevados. El azul desprotegido del cielo con una incisión intensa y jubilosa y se enfrenta con un brillo más que igual a la implacable luz del sol. El día decae, declina, expira, pero el mármol brilla para siempre, sin fundirse ni alterarse. El lector sabrá sin duda lo que quiero decir si alguna vez en la Piazza ha dirigido su mirada hacia arriba a media noche. […]. Una miríada de estatuas esculpidas permanecen suspendidas y guardadas en hornacinas más allá del alcance de la vista humana, conocidas sólo por el aire que las atraviesa. La pérdida de estas obras de arte a los ojos de los mortales es, supongo, beneficio de la Iglesia y del Señor. De entre todos los santuarios llenos de joyas que hay en Italia, nunca he visto tal magnífico desperdicio de trabajo ni tal gloriosa síntesis de ingeniosos secretos». (Henry James. Compañeros de viaje. Navona  2010. p.27).  

 
En estas palabras nada delata su pertenencia a una narración literaria. Quizá la maestría del dominio del lenguaje lo delate, pero me considero incapaz de juzgarla. Tan sólo apuntaré el uso preciso de los calificativos, atrayendo mi atención el recurrir a los verbos para calificar sustantivos: esa blancura salta, asciende, hiere y ataca..., o el día decae, declina, expira... 
Llegado a este punto saltaré directamente al único episodio extraordinario que encuentro en el relato. En él a nuestro protagonista le ofrecen la compra de un cuadro original. Sin embargo, y dados sus conocimientos acerca del arte italiano, él sabe que el cuadro que le ofrecen es falso. Por otra parte, descubrirá un parecido asombroso entre la figura femenina retratada en el cuadro y su amada conocida durante el viaje, la señorita Charlotte, o Miss Evans. Este último extremo no es conocido por los vendedores, y en razón del mismo Mr. Brooke ofrecerá una suma considerable por la adquisición del cuadro. ¿Por qué me he dirigido a este episodio? Pues porque en él encontré la ausencia que venía inquietándome a lo largo del relato. No fue al comienzo de su lectura, momento en el que sí sabía de una inquietud, ni siquiera durante la lectura del mismo, ni al terminarlo, sino que fue a los pocos días de haberlo leído cuando caí en la cuenta de que este episodio me venía a rellenar la ausencia que me inquietaba, en él encontraba lo que me faltaba del relato: el engaño, lo falso, la ficción. De ese episodio emergió una pregunta sencilla, ¿quién engañó a quién?
Por un lado, precisamente el engaño narrado, la entrega de un cuadro, sabido falso por quien lo recibe, no consiste en engaño alguno. Cabría decir que, por el contrario, en este caso quien vendía es el que resultó engañado. Qué fácil resulta aquí trazar una analogía con la literatura, su esencia consiste en la entrega de un relato falso cuya falsedad, como la del cuadro, es ya sabida por el lector. Pero persiste la pregunta, ¿no resultará engañado el adquirente del cuadro por creer que la protagonista femenina del mismo es idéntica a su amada? Bien podría ser que sí, que fuera su amor lo que le hiciera ver ese parecido. Entonces, ¿quién resultó engañado en ese episodio? Y he aquí nuevamente la ausencia, pues esta pregunta carece de respuesta. La narración, al igual que la vida, no tiene obligación alguna de dar una respuesta. Y aquí quedan otras preguntas sin respuesta que escuché del mismo Mr. Brooke: ―¿No presentará tu vida, lector, más elementos de ficción que la mía? ¿Por qué afirmar que una realidad que contiene ficciones es más real que una ficción que contiene realidades?


3.-El punto de vista(1882).
Dado que considero que estas líneas no constituyen el lugar adecuado para responder a las anteriores preguntas, me dejaré llevar por la levedad del cubo para acudir al segundo relato corto que he leído de Henry James, El punto de vista. Esta narración está compuesta por ocho cartas cuyos autores tienen en común o bien el haber compartido el mismo barco que los ha llevado a Estados Unidos, o el estar relacionados con algún pasajero de dicho barco, en todo caso a todos ellos cabe considerarlos o americanos o europeos.
La primera carta fue escrita abordo del barco por la señorita Aurora Church, a quién pertenece igualmente la última carta de fecha 9 de enero. La segunda está escrita por la señora Church en fecha 17 de octubre de 1880, y por consiguiente, las ocho cartas que componen el relato se refieren al período de tiempo comprendido entre octubre de 1880 y enero de 1881, escasamente cuatro meses.
Por otra parte, el tema central de la narración, como indica el mismo título, consiste en mostrar por lo dicho en esas ocho cartas el punto de vista de cada personaje sobre el contraste de los distintos hábitos y costumbres americanos frente a los de los europeos, o viceversa. De este modo, el lector puede hacerse una idea de dicho contraste, consecuentemente también puede hacerse una idea de la situación que se vivía en ese período de tiempo en Estados Unidos. Precisamente, este tema del contraste entre el comportamiento de americanos que viajan a Europa y europeos que viajan a América ya se encontraba presente en la anterior lectura, y constituye una temática reiterada en la obra de Henry James.
Para ilustrar lo dicho bastará con transcribir algunos párrafos entresacados de la carta cuarta, escrita el día 17 de octubre por el honorable Edward Antrobus, inglés, a su señora:



«Mi querida Susan: Te envié una tarjeta postal el 13, y ayer un periódico local […]. Te envié el periódico, en parte porque contiene un informe –sumamente incorrecto– sobre algunas observaciones que hice […], y en parte porque es tan curioso que pensé que te interesaría, a ti y a los niños. Por favor, señala a los niños la peculiar ortografía, que probablemente ya habrá sido adoptada en Inglaterra para cuando ellos estén crecidos, las divertidas rarezas de las expresiones, etcétera» (Henry James. El punto de vista. La compañía de los libros 2010. p. 59). 


«Es muy gratificante ver cómo el interés por los asuntos públicos infiltra a tantos estratos sociales, pera la indiferencia de la clase alta es un hecho que no debe tomarse a la ligera. Podría objetarse, por cierto, que no hay aristocracia y que todavía no he encontrado un personaje del tipo de lord Bottomley; un tipo que –me siento en libertad de decirlo– lamentaría ver desaparecer de nuestro sistema inglés, si se lo puede llamar sistema, donde tantas cosas obedecen al crecimiento de fuerzas ciegas e incoherentes. No obstante, es evidente que una clase ociosa y lujosa existe en este país, y que está menos exenta que la nuestra del reproche de preferir una comodidad sin gloria al avance de las ideas liberales». (Henry James. El punto de vista. La compañía de los libros 2010. p.62). 


«A veces pienso que fue un error no haber traído a Plummeridge; podría haber sido útil en semejantes situaciones. Por otra parte, se hubiera presentado la ardua cuestión: ¿quién llevaría la maleta de Plummeridge? Él habría sido útil, sin duda, para acomodar y cepillar mi ropa, y alcanzarme la bañera; viajo con una gran bañera de latón –no se encuentra en las posadas– y el transporte del receptáculo presenta, a menudo las más insolubles dificultades. También a menudo es causa de considerables trastornos al llegar a las casas particulares, donde la servidumbre tiene modales menos reservados que en Inglaterra; y, para decirte la verdad, en este momento no estoy seguro de que la bañera viaje conmigo en el tren». (Henry James. El punto de vista. La compañía de los libros 2010. p.64). 
Una vez más en el texto se puede comprobar la presencia de párrafos (denominación no del todo correcta por cuanto que en la carta no se encuentra ningún punto y aparte salvo el final), que contienen juicios que indiferentemente podrían atribuirse tanto a un personaje de ficción como a una persona real, quizá al propio autor. Sin embargo, mi intención al transcribirlos, y así llamar la atención sobre los mismos, se dirige a mostrar la capacidad de Henry James para entretejer una trama, una urdimbre, a base de hilaturas de carácter real y ficticio. Y pienso que la separación de las mismas, si tal cosa fuera posible, conllevaría la pérdida de lo más propio del relato. Me atrevería a afirmar que ahí me encuentro ante una característica esencial de la literatura.
Sin embargo, antes de dejarme llevar por mis divagaciones he de regresar al hilo conductor de estas líneas y preguntar por las ausencias del mismo. Sinceramente, durante la lectura de esta narración no se despertó en mí inquietud alguna. La ficción estaba presente en él desde el momento  en que trata de presentar ocho cartas personales de distintos personajes, algo que no puedo pensar como real sino como ficticio. Aquí no faltaba la ficción. Luego, en principio, en esta narración no había la misma ausencia que encontré en Compañeros de viaje. Sin embargo, nada más equivocado. Me bastó pararme a pensar sobre la lectura, una vez terminada, para darme cuenta de mi ingenuidad como lector. Ciertamente, aún sabiendo que el relato que leía era falso, descubrí que yo lo daba por cierto más de lo que creía, pues gracias a él pretendía haberme formado una idea de la situación de Estados Unidos de finales del siglo XIX. No niego que esa idea pueda formarse, sin embargo me pregunto: ¿es legítimo formarse una idea de los hábitos y costumbres de un país, o incluso un continente, en base a ocho cartas personales escritas en un período de cuatro meses?
Y aquí surgen una vez más las ausencias. Recuerdo que en el momento de pensar estas ausencias me vino a la imaginación la presencia de todos los personajes del relato. Los imaginaba indignados, quejosos por no haber sido advertidos de que sus cartas iban a ser leídas todavía un siglo después de haber sido escritas. Ellos me hacían saber que de haberlo sabido hubieran escrito otras palabras, que se hubieran esmerado más en su contenido. Por otra parte, también estaban enfadados porque a ellos no se les debería juzgar tan sólo por lo dejado escrito en una carta, o a lo sumo en dos. Todos ellos se consideraban dignos para protagonizar una novela, o al menos un relato corto dedicado en exclusividad.
En definitiva, el leer ocho cartas no parece la forma más adecuada para hacerse una idea de la forma de vida de un país, pienso que ahí falta mucho por escuchar y por saber. Del mismo modo que uno no puede juzgar la vida de alguien, ni siquiera la de personajes ficticios, por lo escrito en un carta, aquí también falta mucho por saber. Y sin embargo esa idea mal que bien estaba formada en mi pensamiento. Ciertamente, a veces en la vida real uno no tiene más remedio que formarse una idea con lo que tiene. Curiosamente a esto último bien se le puede denominar conformarse.
Pero estas ideas las considero en el extremo opuesto a las ideas platónicas. Por ejemplo, si viajo a una ciudad unos pocos días me haré una idea de esa ciudad por lo visto durante el viaje. Sin embargo, si no he visitado una ciudad y un conocido me habla de ella porque él sí la ha visitado, en este caso igualmente me haré una idea con lo que escucho de él. Aquí no cabe otra cosa más que conformarse con la idea que uno buenamente constituye.
Una vez más el relato me vino a presentar un modo de cognición real, algo que a menudo uno no tiene más remedio que hacer en su día a día: formarse una idea con lo poco que uno tiene. Las ausencias son suplidas por el lector, o por cualquier individuo, apelando a su propia capacidad creativa. Y a mí no me cabe la menor duda que Henry James maneja estas ausencias certeramente, o al menos en los relatos que comento ocupan una posición relevante. Y advierto que quizá a mí me pudiera ocurrir como al comprador  del cuadro, Mr. Brooke, que veía en él la cara de su amada, e igualmente yo acabe por ver ausencias por todas partes.


4.-La lección del maestro (1892).
El título del siguiente relato, La lección del maestro, ya delata la ausencia. Su protagonista, Paul Overt, un joven escritor, que acaba de llegar a Londres tras publicar su primera novela, esta deseoso de conocer al ya consagrado escritor St. George. La narración discurre hacia el encuentro central entre ambos escritores, el discípulo y el maestro. El título del relato señala así hacia la ausencia buscada: la lección que el discípulo espera aprender del maestro. Pero antes, para llegar a ese encuentro, Henry James utilizará otras ausencias para provocar la inquietud de su espera. La primera de ellas ya la encuentro en la página primera, cuando el protagonista pregunta a su sirviente por una dama:
«―Pero, esa señora, ¿quién es? ―dijo al criado antes de que se fuera. 

―Creo que es la señora de St. George, señor.
―La señora de St. George, la esposa del distinguido... ―Entonces Paul Overt se detuvo, dudando si el lacayo sabría. 
―Sí, señor... Probablemente, señor – dijo el criado, […]». (Henry James. Relatos. Modadori 2012. p.261). 
En estas pocas líneas el autor ya ha presentado al maestro por su ausencia, referida a la presencia de su esposa. Pero le ha bastado esas pocas palabras para abrir el hueco que habrá de ser llenado con la presencia del maestro. La descripción de la mujer engrandecerá al maestro sin tan siquiera mencionarlo. De este modo el autor va creando la trama, dando a saber al lector ausencias que inquietan, siquiera mínimamente, en espera del momento en que las mismas quedarán colmadas, y así convertidas en presencias que disuelvan esa inquietud inicial. 
Entrando en el contenido del relato, el protagonista, Paul Over, comienza por conocer a la esposa del maestro. Esta le hará saber, como si de una insignificancia se tratase, que ella obligó a su marido a destruir un libro escrito por él (―Nunca le he hecho hacer nada en mi vida, salvo una vez que le hice quemar un libro malo. ¡Eso es todo!). Este libro no se mencionará prácticamente nada en el resto del relato, y mucho menos su contenido, pero en el transcurso del mismo irá cobrando sentido esa ausencia; su significado irá quedando colmado con las pocas y justas veces que se cita. Su ausencia señala hacia lo que, quizá, el maestro podría haber dado de sí, pero que no dio. Paul Overt se preguntará si el propio St. George sabe de sus deficiencias, pues en su interior él sabe que el maestro podría haber dado más de sí, podría haber llegado a la perfección. Quizá el libro destruido pudiera haber sido esa obra maestra por escribir.
Pasarán varias páginas hasta que el protagonista vea por primera vez al maestro, señor St. George, del cual se formará una primera impresión. Pero las siguientes palabras corresponden al segunda vez que el joven Paul Overt tiene ocasión de ver al maestro, todavía no ha conseguido hablar con él: 
«Si Overt se había prometido echarle una mejor ojeada, la oportunidad era ahora la mejor, […]. Ya veía algo más en su cara, que le parecía aún mejor por no contar su entera historia en los tres primeros minutos. Esa historia iba saliendo fuera conforme uno leía en pequeñas entregas (era excusable que las comparaciones mentales de Overt fueran algo profesionales),[…]». (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p.272-3).     
Estas palabras no sólo han sido traídas para mostrar el retraso en el encuentro entre el joven protagonista y el maestro, sino que las mismas literalmente hacen gala del valor de no contar la historia en los primeros minutos. Bien pueden ser comprendidas en referencia al propio relato narrado, ya que desde ellas cabe comprender cómo el propio autor, Henry James, va desgranando paso a paso los acontecimientos que han de llevar a la lección magistral. En el comienzo la historia entrega una ausencia, y con ella emerge la inquietud por su cumplimiento. Pero o bien antes del cumplimiento de la misma, o en el mismo cumplimiento, para entonces ya habrá emergido una nueva ausencia. Parafraseando al autor: de este modo la historia va saliendo fuera conforme uno leía en pequeñas entregas. Y así el conocimiento de esas ausencias engrandecen el valor del suceso que viene a cumplimentarlas.   
De vuelta al relato, y con anterioridad al primer encuentro entre el maestro y discípulo, Paul Overt tendrá ocasión de conocer y conversar con la señorita Fancourt, de la cual sólo quiero citar las palabras que insisten en ese encuentro ausente que todavía no ha tenido lugar:
«―Ah, tiene que conocerle; él tiene muchos deseos de hablar con usted ―replicó la señorita Fancourt,[…]». (Henry james. Relatos. Mondadori 2012. p.275).
Llega el esperado primer encuentro entre el maestro y el discípulo, y que mejor que reseñarlo con las propias palabras del  narrador:
«Todo ello  ocurrió en un momento. Se dio cuenta de que ahora le conocía, de su apretón de manos y de la calidad misma de su mano, de su cara, vista más de cerca y por tanto mejor, de una concesión de seguridad fraternal en general, y en particular de la circunstancia de que él no le caía mal a St. George (al menos, todavía) porque se lo impusiera una chica encantadora pero demasiado desbordada, ya suficientemente valiosa sin tales añadidos.[…].Dijo algo a Overt sobre una conversación ―«Tenemos que tener una tremenda conversación; hay tantas cosas, ¿verdad?»―, pero Paul se dio cuenta de que esa idea, en el caso presente, no tendría efecto inmediato». (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. Pág. 281)      

Si bien en este primer encuentro cabría entender cumplido un episodio, pues al fin el joven protagonista ha logrado cruzar unas palabras con el consagrado escritor, lo cierto es que este momento le otorga más fuerza si cabe a la ausencia. La insatisfacción del encuentro resulta expresa, no sólo para el lector sino para los protagonistas del mismo. Uno porque manifestará su deseo de mantener una tremenda conversación, el otro porque comprende que esta idea no será realizada de forma inmediata. Su ausencia queda patente. Ahora no sólo el título del relato promete una lección maestra, sino que conforme la narración avanza a la par que se confirma esa promesa también se deja sentir su lejanía, su ausencia. De este modo, y de forma expresa, quedaba dirigida mi  atención como lector hacia esa reunión que ha de llegar y en la cual el joven escritor recibirá del ya célebre maestro la gran lección. En este relato la ausencia ha quedado determinada por el propio título, y el lector se encuentra en espera de que ese momento llegue. ¿En qué consistirá esa gran lección? Esta es la pregunta por contestar. 
Por otra parte, nuestro protagonista se enamorará de la joven señorita Fancourt, gran amiga del maestro y admiradora de ambos. Durante el discurrir del relato en el protagonista irá creciendo su admiración y su amor por ella. Y, al mismo tiempo, también crecerán sus dudas y recelos por las frecuentes salidas del señor St. George con la señorita Fancourt.

En el segundo encuentro el maestro acudió tarde, cuando Paul Overt estaba ya a punto de retirarse. St. George le confesará que acaba de leer por primera vez su libro, le dedicó unos quince minutos y ese tiempo le bastó para corroborar la calidad del joven escritor y afirmar su convicción en la conveniencia de un encuentro más profundo. En este encuentro ya asoma la presencia de la lección.
«―Míreme bien y aprenda de memoria mi lección, pues es una lección. Deje que produzca ese bien, por lo menos: que usted se estremezca con su compasiva impresión, y que eso le ayude a mantenerse derecho en el futuro. No llegue a ser en su vejez lo que yo soy en la mía; ¡la deprimente, deplorable ilustración de la adoración de falsos dioses!». (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 287).
La conversación continúa más adelante: 
«―Toca usted cosas muy profundas..., cosas que me gustaría tratar con usted ―dijo Paul Overt―. Me gustaría oírle contar volúmenes enteros sobre usted mismo. ¡Eso es una fiesta para mí!

―Claro que lo es, joven cruel. Pero para mostrarle que todavía no soy incapaz, aun tan degradado como estoy, de un acto de fe, podré mi vanidad en la hoguera para usted y la convertiré en cenizas. Tiene que venir a verme; tiene que venir a vernos. La señorita St. George es encantadora; no sé si ha tenido usted oportunidad de hablar con ella. Le encantará verle; le gustan las celebridades, sean incipientes o dominantes. Tiene que venir a cenar; mi mujer le escribirá. ¿Dónde se le encuentra?» (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 288).  

Evidentemente, en este segundo encuentro tampoco ha quedado cumplida la prometida la lección del maestro. La promesa ya es expresa; pero, a la par que comienza a emerger y a presenciarse la lección, se confirma su ausencia. 
No me extenderé más en el discurrir del relato y dirigiré mi interés hacia el momento en que la gran lección queda dicha. La reunión tiene lugar por la noche, al finalizar la cena en casa de St. George y retirarse el resto de invitados. El maestro solicitará a Paul Overt que se quede. El esperado encuentro tendrá lugar en su habitación de trabajo, una cuarto sin ventanas, pero con una claraboya en lo alto, provisto de una biblioteca, en el centro del suelo una alfombra roja, un sofá en el que descansar y, en el extremo opuesto a la puerta, una alta mesa en donde sólo se podía escribir de pie. Todo dispuesto para el recogimiento y la concentración en la labor de escribir. Aislado del resto del mundo y sin nada que lo perturbe, pues así lo dispuso su esposa. En el transcurso de la conversación, entre otras muchas cosas habladas, el maestro dijo:
«―Todo es excelente, mi querido amigo; no permita que Dios lo niegue. He hecho mucho dinero; mi mujer ha sabido cuidar de él, usarlo sin desperdiciarlo, ahorrar una buena cantidad, hacerlo fructificar. Tengo mis reservas; lo tengo todo, en efecto, excepto la gran cosa…

―¿La gran cosa?
―La sensación de haber hecho lo mejor que podía; la sensación, que es la verdadera vida del artista, y cuya ausencia es muerte, de haber sacado de su instrumento intelectual la mejor música que la naturaleza había escondido en él, o de haberlo tocado como se debía tocar». (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 312). 
En estas palabras encuentro el reconocimiento de una ausencia. Ahí el maestro confiesa saber algo que podía haber sido pero que no fue. Con ellas doy por comenzada la lección prometida, con la interpelación al ideal de la perfección que todo artista debería, cuanto menos, desear alcanzar: un ideal específico y propio del artista sabido precisamente por su ausencia. El maestro proseguirá con su confesión llegando a afirmar que
«La mujer de uno interfiere. El matrimonio interfiere.

―¿Cree entonces que el artista no debería casarse?
―Si lo hace, es por su cuenta y riesgo; lo hace a su costa». (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 313).   
Evidentemente la lección va tomando forma: si quieres lograr esa sensación de haber realizado lo mejor que podías, no deberás permitir que nada interfiera. Precepto que bien puede comprenderse más allá de la ficción en la que se encuentra enmarcado, y ser traído al mundo real.
De vuelta a la conversación mantenida por los dos protagonistas, St. George pasa del reconocimiento a la recomendación (cabría decir que pasa del presente de indicativo al imperativo):
«No, no; el éxito es haber hecho temblar a la gente de otra manera. ¡Inténtelo!

―Intente hacer una obra realmente buena.
―Ah, sí que quiero, bien sabe Dios!
―Bueno, no se puede hacer sin sacrificios; no se lo crea ni un momento ―dijo St. George―. Yo no he hecho ninguno. Lo he tenido todo. Dicho de otro modo, me lo he perdido todo».(Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 314).
«Le pareció a Paul Overt que en efecto se había puesto en marcha la tremenda conversación prometida». (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 315).
Tras el cambio de pareceres oportuno por fin ha llegado el consejo del maestro. Él plantea a Paul Overt la siguiente disyuntiva: o elige el camino de la fama y la satisfacción y renuncia a la perfección, o renuncia al camino placentero y a las satisfacciones mundanas, incluida el amor, y se dedica en exclusividad a perfeccionar su obra literaria. El maestro sabe de sus propias deficiencias y hace saber a su discípulo las restricciones que ha supuesto su matrimonio y su familia. No niega la inestimable colaboración de su esposa pero reconoce que le ha supuesto renunciar a la perfección, a darlo todo. Él podía haber escrito una obra mejor, quizá el libro que su esposa le obligo a destruir, pero opto por una vía donde la capacidad literaria quedaba mermada por la voluntad de agradar al público; alcanzar la fama, pero no la consagración más halla del presente. El maestro esto lo sabía. Expresamente se lo dijo a Paul Overt. Con ello la ausencia ha quedado disuelta, la lección ha sido dada. En este caso la disolución de la ausencia no ha caído del lado del lector, sino que en el propio discurrir del relato ha sido resuelta, ha quedado cumplida. Sin embargo, Henry James no se conformará con terminar ahí. Por el contrario, aún quedará por determinar hasta qué punto ha sido comprendida esta lección. El propio autor del relato partiendo de ese cumplimiento hará surgir una nueva ausencia. En él se encuentra aún una ausencia por desvelar.
En el transcurrir del diálogo entre los escritores el joven aprovechará para hablar al maestro de su amor por la señorita Fancourt.  ―¿No hay ni siquiera una que vea más allá? ―Preguntará al maestro en clara referencia a ella. Curiosamente, el maestro le reconocerá las muchas veces que ha hablado con la señorita Fancourt de él, y que no ha dejado de aprovechar la ocasión para elogiarlo ante ella. Pero, su consejo entra en franca contradicción no sólo con la propia elección del maestro, su propia vida, sino con el amor del joven escritor. El sacrificio como escritor que quiere lograr la perfección, no sólo consiste en lograr una gran obra para unos pocos entendidos, sino renunciar a cualquier relación que lo aparte de su dedicación a esa tarea. El amor, el matrimonio, siempre acaban por interferir en esa tarea. El maestro no le exige que renuncie al amor, pero le advierte de que en ese caso tendrá que renunciar a la perfección en la creación de la obra literaria. 
―¿No hay mujeres que realmente entiendan..., que puedan tomar parte en un sacrificio? (Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 316).

(Preguntó Paul Over a St George).  
―¿Cómo van a tomar parte? Ellas mismas son el sacrificio. Son el ídolo y el altar y la llama.
(Henry James. Relatos. Mondadori 2012. p. 316). 
Después de esta conversación entre los protagonistas, Paul Overt decidirá proseguir con su segundo libro. Para ello se ausentará de Inglaterra durante dos años, en los cuales tan sólo escribirá una carta a Mrs. Fancourt para dar razón de su salida. Por la respuesta de ella, sabrá de la muerte de la esposa de St. George. Por fin, transcurridos esos dos años, y con su segunda obra terminada regresará a Inglaterra. Y en el mismo día de su regreso irá a visitar a la señorita Fancourt; no la encontrará, pero sí a su padre, el general Fancourt, quien le hará saber del compromiso matrimonial entre el señor St. George y su hija.
En ese instante Paul Overt se sentió estafado por su maestro. Su gran lección bien podría haber sido una treta para (como vulgarmente se dice) apartarlo del camino. Pero, quizá no, en el tiempo en que  tuvo lugar su encuentro nada hacia sospechar de la muerte de su esposa. ¿Engañó el señor St. George a su discípulo? ¿Realmente resultaba necesario renunciar al amor, o tan sólo se trataba de renunciar a la señorita Fancourt para allanarle el camino al maestro? ¿Esa tremenda lección era tan grande como se suponía, o simplemente consistió en una banalidad?
Una vez más, la sombra de la ausencia ha aparecido, pues estas preguntas no parecen tener una respuesta sencilla. Al menos a mí así me lo parece. El final del relato no desvelará esta ausencia sino que la dejará ahí sin resolver. El último encuentro entre Paul Overt y St. Geroge nada esclarecerá. El maestro le hará ver que en modo alguno él podría haber sospechado hasta qué punto iba a seguir su consejo, pues ciertamente desapareció durante dos años. Admirará su determinación y su fuerza, su persistencia en alcanzar una obra sin interferencia ni intromisión alguna. Pero para entonces, el joven autor ya no podrá distinguir si esas palabras son sinceras o son el colmo del engaño. Él perderá definitivamente su admiración por St. George. Pero la duda queda ahí, realmente si Paul Overt alcanzara la perfección, ¿sería gracias al consejo de St. George?, ¿sería obra del maestro el aprovechamiento de su talento? La ausencia no quedará resuelta, pues el relato termina en ella. Paul Overt no tiene respuesta alguna. Ni siquiera su propio autor, Henry James, puede decir a ciencia cierta tal cosa. Él sólo ofrecerá con las últimas palabras del relato una presunción al lector.
Una vez más Henry James trenza la ficción con la realidad, pues como lector me quedo sin respuesta alguna ante esas preguntas, y esta ausencia viene a constituirse en la respuesta. Como en la vida misma no toda pregunta ha de obtener o alcanzar una respuesta. La relación entre la ausencia y la presencia que ha de traer su cumplimiento no tiene por qué estar ligada a una garantía de éxito, o de plenitud. Saber de una ausencia no presenta un saber con garantías. Lo plausible, el error y el engaño pertenecen a ese saber, y este se encuentra tanto en el relato ficticio como en la vida real. Me atrevería a decir: toda ausencia sabida abre un mundo de posibilidades realizables, pero que no todas ellas acabarán por realizarse.


5.-Los papeles de Aspern (1888). 
Comienzo a considerar colmada mi inquietud por profundizar en la idea de ausencia. Por ello cerraré estas reflexiones con la obra Los papeles de Aspern. Si bien ha sido la última narración que he leído de Henry James, lo cierto que por el camino he dejado de mencionar otras dos: Otra vuelta de tuerca y La bestia de la jungla. Con la lectura de Los papeles de Aspern he de confesar que me sentí volver al origen de mi reflexión. Cabría decir que en ese relato la ausencia central viene constituida, como indica su título, por los papeles de Jeffrey Aspern, difunto poeta ya consagrado, un manojo de cartas poseído por la que fue su joven compañera y ahora anciana señorita Juliana Bordereau. Lo cierto es que, en mi personal lectura, yo echaba en falta algo más, pero no sabría decir qué. El protagonista (narrador en primera persona cuyo nombre no menciona) es un editor y crítico literario dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguir esos papeles. De hecho ocultará su verdadera identidad bajo un nombre falso para introducirse en la vida de la señorita Borderau y su sobrina, Tita Borderau. A tal fin arrendará una habitación de su palacio de Venecia, pagando una renta muy por encima del valor normal. Se ganará la amistad de la sobrina con la que llegará a pasear por Venecia. Sin embargo, la tía no cederá en su empeño por ocultar los papeles. Al llegar la muerte de la tía se producirá el desenlace. La sobrina sabiéndose lo abandonada que se encuentra en el mundo, y en su ingenuidad, insinuará al protagonista cederle todos los papeles de su tía a cambio del matrimonio. Llegado este momento el protagonista comprenderá lo lejos que le han llevado sus intenciones. Él no puede aceptar tal propuesta. El protagonista sin dar respuesta alguna, se marchará espantado del palacio por un cierto tiempo. A su regreso está dispuesto a comunicar a la sobrina que no puede aceptar. Pero, ya es tarde, ella ya había comprendido que lo único por lo que él estaba atado a ella no era más que los papeles de Aspern; decidió quemarlos; y así lo hizo. Cuando él regresó, y antes de que pudiera hablar, ella ya le había hecho saber la desaparición de los papeles. Ahora ya nadie sabrá de su contenido. Una ausencia más. El contenido de las cartas del poeta con su musa, su compañera de juventud, quedará sin conocer. Un episodio de su vida que nadie podrá rescatar. Pero he de confesar que esta ausencia no me movía. Yo no me encontraba interesado en obtener esos papeles, ni me interesaba si el protagonista por fin los obtendría. Realmente pienso que no los merecía. Entonces, ¿qué ausencia me inquietaba? Y aquí está mi respuesta: la vida de esa vieja señora de más de cien años de edad dueña de un palacio en Venecia en el cual había fallecido. En ningún momento del relato surge la necesidad de escuchar las alegrías y tristezas de esa vida. La anciana sólo interesaba por sus papeles. Los cuales contenían parte de su propia vida, a ellos se aferraba, podría decirse que era lo único que le quedaba de su vida. Sin embargo, por ella no había ningún otro interés. Su valor sólo dependía de su relación con el poeta Aspern. La ausencia me parece total, si no hubieran tenido esos papeles ni siquiera ahora yo sabría de ellas. La vida de las señoritas Borderau hubieran pasado inadvertidas como cualquier vida de un ser humano corriente, de esos que no hacen historia, uno más. Y aquí añado, de esos que no hacemos historia. Aquí no sólo he encontrado una ausencia, sino además una identificación. Pero, ¡que identificación más extraña! (saber de la ausencia de una vida), identificarse con el personaje encarnado por una anciana de más de cien años de edad, por lo no narrado acerca de ella. Ahí reconozco mi inquietud por haber escuchado otra historia, por saber de alegrías, de tristezas, del paso de la vida, nada de esto quiso ser dicho, todo eso se perdió. Y sin embargo nada se perdió con la pérdida de los papeles. En este relato, la ausencia material de los papeles vino a esconderme una ausencia vital, una ausencia más sentida que sabida. Esa ausencia por la cual conforme avanzaba la narración hacía crecer mi deseo por escuchar más, por retrasar su final. Aunque como todo relato ese final acabó por llegar.

5.-Recapitulación
Comencé este trabajo por la reflexión provocada por la lectura del libro de Italo Calvino Seis propuestas para el próximo milenio. Un cubo vacío, protagonista de un cuento corto de Kafka me entregó una idea. Ya antes, leyendo a María Zambrano, había reflexionado sobre el saber que se encuentra implícito en la ausencia; yo lo denominaba saber de ausencias. He de decir que toda ausencia bien puede ser cumplida por la imaginación, por la fantasía, pero ello no desmerece que, al menos yo, las considere un verdadero saber, saber de una oquedad que ha de ser llenada. Ahora bien aquella respuesta que viene a colmar esa sabida ausencia no tiene por qué presentarse con garantía alguna de certeza. No se trata de pedir aval por los conocimientos que uno obtiene, o que a uno se le ofrecen (no acepto que la tarea del  filosofo quede reducida a la de banquero: ―sin garantía no hay verdad, ― escucho, quizá a Descartes, decirme en mi imaginación). Al contrario, se trata de saber acerca de un horizonte de posibilidades al cual cabe acudir para dar cumplimiento a la inquietud nacida de una ausencia. Con estos presupuestos, y animado por la lectura de Italo Calvio me he atrevido a agarrarme a ese cubo vacío y, llevado por él, recorrer los relatos de Henry James: Compañeros de viaje, El punto de vista, Otra vuelta de tuerca, La lección del maestro, La bestia de la jungla y por último Los papeles de Aspern. En estas líneas he tratado de mostrar esas ausencias que me movían en ese vuelo imaginario. Las palabras pronunciadas al leer ahora comprendidas por mí como aire capaz de alzar ese cubo. El resultado de este recorrido consiste en estas palabras que ahora dejo escritas. En ellas han quedado sin citar dos relatos: el primero de ellos, Otra vuelta de tuerca, pienso que porque en él emergieron otras reflexiones que me hubieran llevado por otros derroteros. Y el segundo, La bestia de la jungla, quizá porque la ausencia domina directamente el relato y supondría extenderme en lo ya dicho. Con este trabajo no pretendo ofrecer garantía alguna de acierto, sino dejar constancia de la capacidad de la literatura, apelando para ello a los relatos de Henry James, para darse como un cubo vacío y con ella, como con el cubo, elevarse con aire y por el aire. Ahora bien, en todo ese recorrido volandero me atrevería a afirmar que subyace un verdadero saber, un saber de ausencias.

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