Filosofía, ciencia y literatura

FILOSOFÍA, CIENCIA Y LITERATURA.

Algunos filósofos desearían que la filosofía fuera una ciencia, otros no. También se da el caso de que algunos científicos niegan que la filosofía sea una ciencia. Cuando a alguno de estos últimos se le pregunta qué es la filosofía, suele responder que literatura (una manera de relatar algo que carece de la solidez de los conocimientos científicos). La cuestión sobre la que quiero reflexionar pretende dilucidar cómo distinguir la ciencia de la filosofía y de la literatura. 
Concedo que cualquiera sabe distinguir entre ciencia y literatura. Y me refiero sencillamente a la distinción que cabe encontrar entre lo que a uno le enseñan en la asignatura de literatura frente a lo que enseñan en la de física, por ejemplo. También cualquiera sabría distinguir entre un libro de divulgación científica y una novela o un libro de poesía. ¿En qué reside esta diferencia? ¿Qué criterios usamos para apreciarla?
Para comenzar a responder, partiré del hecho de que tanto la literatura como la ciencia precisan del lenguaje para desarrollarse, en el cual consideraré incluido el lenguaje matemático. En consecuencia, iniciaré esta reflexión considerando la ciencia, la literatura y la filosofía como discursos humanos. Algo que los seres humanos hacen con palabras. No digo que la ciencia por ejemplo no sea algo más que lenguaje, sino que en los textos de carácter científico resultará sencillo encontrar eso que habitualmente se denomina ciencia o conocimiento científico. Evidentemente, si todo lo que fue descubierto por los científicos del pasado no hubiera quedado codificado por medio de la palabra, la ciencia, como rama del saber, no se hubiera desarrollado del modo en que lo ha hecho. Y otro tanto cabría decir de la filosofía.
Y ahora quiero proponer el criterio mediante el cual yo aprecio esta diferencia: la relación del discurso con su autor. Propongo considerar que los textos a través de los cuales uno aprende algún conocimiento científico pueden ser sustituidos por otros de distintos autores. Aprender el contenido de un texto científico no exige relacionarlo con su autor. Cabría decir, con carácter general, que el conocimiento adquirido es comprendido con independencia del modo en que ha sido adquirido y, en consecuencia, también con independencia de la manera en la que el autor lo ha expresado por escrito. Sencillamente, para aprender el teorema de Pitágoras no hace falta (ni es posible) leer un texto que fuera escrito por Pitágoras. Ni siquiera sería preciso saber quién fue Pitágoras para aprender el teorema matemático que lleva su nombre. Incluso, puedo imaginar que cualquiera podría aprender ese teorema sin saber el nombre del teorema. En otras palabras, hay muchos textos y de diversos autores que pueden dar a conocer el mismo conocimiento científico, como por ejemplo el teorema de Pitágoras.
Por el contrario, me parece un contrasentido aprender el contenido de un texto literario con independencia del autor que lo escribió. No encuentro mucho sentido en sostener que uno conoce, por ejemplo, la obra de García Márquez y que no haya leído ningún texto de ese autor. Quiero decir: por una parte, sí que considero posible adquirir conocimientos a través de la lectura de una novela o de la obra de un determinado autor. Pero, por otra parte, no considero admisible sostener que uno adquiera los mismos conocimientos que hubiera aprendido a través de la lectura de una novela, o de la obra de un determinado autor, sin el texto, o textos concretos, escrito por el autor. No me vale sustituir la lectura de una novela por un resumen de la misma. Sin embargo, sí que me vale que me puedan exponer una teoría científica de forma distinta a la que elaboró el autor inicialmente. Cualquiera podría aprender la teoría gravitacional de Newton sin leer libro alguno escrito por Newton, cualquier texto científico valdría para ello. Por el contrario, lo que uno pudiera aprender leyendo la obra de un determinado autor literario, pongo por caso Gabriel García Márquez, no podrá aprenderlo sustituyendo esa lectura por cualquier otra.
Y en este punto no profundizaré acerca de qué aprende el lector después de haber leído un libro de literatura, ¿qué conocimientos adquiere? Sobre esto cabría reflexionar en profundidad. Sencillamente, sostengo que después de leer un texto literario uno aprende cosas que no sabía antes de leerlo. El lector como mínimo aprenderá que una determinada persona, en un tiempo ya pasado, consideró como una tarea relevante el dedicarse a escribir el relato o las poesías que acaba de leer. Y en cierto modo en el relato habrá sabido encontrar las razones por las que el autor dedicó su tiempo a narrarlo.
Y llegado a este extremo, me detengo, y preguntó, ¿cómo cabría comprender un texto filosófico: como texto científico o como texto literario?
Y para responder esta cuestión comenzaría por considerar que no todos los textos filosóficos presentan el mismo carácter. No todos los filósofos, y entiendo por tales sencillamente aquellos que han escrito libros de filosofía, han comprendido su tarea de la misma manera. Por ejemplo, los Analíticos primeros de Aristóteles cabría calificarlos como un texto lógico y en consecuencia cercano al discurso científico. Por otra parte, los aforismos de Nietzsche o su libro Así habló Zaratrusta, entendería que se comprendieran como textos literarios. Del mismo modo, los diálogos de Platón constituyen una obra literaria que, desde mi punto de vista, no tiene comparación alguna. 
Precisamente el diálogo, República, de Platón podría servir de ejemplo de lo que digo. Tradicionalmente se acude a este texto para explicar la teoría de las ideas de Platón, me refiero al mito de la caverna. Y digo que quien comprenda la teoría del conocimiento de Platón, y considere que pudiera ser explicada sin acudir a ese texto, atribuirá un carácter científico a la filosofía de Platón. Es decir, si la teoría del conocimiento platónica pudiera ser explicada sin necesidad acudir a los diálogos entre personajes literarios escritos por Platón (con independencia de que existieran en su momento histórico) comprenderá el texto platónico, y consecuentemente las ideas en él expresadas, atribuyéndole un carácter científico (o cercano a la ciencia).
Sin embargo, aquellos que considere la ausencia de la lectura del texto platónico (y podría incluirse la lectura del resto de los diálogos de Platón) como una carencia que impedirá comprender con profundidad el pensamiento de Platón, digo que en este caso le estarán atribuyendo al texto un carácter literario. En este supuesto, las ideas expresadas mediante el texto no se comprenderían con independencia del texto. El lector comprenderá el texto y a través de esta comprensión podrá considerar que alcanza a entender el pensamiento del autor, de Platón (pensamientos que fueron pensados y escritos por él). En consecuencia, comprender al pensador no consistirá en una tarea independiente de comprender lo pensado por él precisamente y tal y como fue expresado por él. De forma análoga, pienso que comprender a un poeta no consiste en una labor distinta de comprender lo sentido o pensado por él, expresado tal y como quedo escrito por él.
Sencillamente, por una parte, quien se limite a leer el capítulo VII de la República (o ni siquiera eso, sino que acepte que lo puede aprender mediante cualquier otro texto que se lo resuma) y considere que a través de la comprensión del mito de la caverna comprende al menos en parte la teoría de las ideas de Platón, comprenderá el texto desde una perspectiva de carácter científico. Evidentemente, esto será así según el criterio que expongo. Por otra parte, quien considere que para comprender el mismo capítulo VII es preciso haber leído los seis capítulos anteriores, y no solo eso sino saber algunos datos del autor como que nació hacia el año 425 a.c., que fue discípulo de Sócrates a quien admiró hasta el extremo de constituirlo en el personaje principal de casi todos sus diálogos, que Platón asistió al juicio de Sócrates que acabo con su condena a muerte, que Sócrates murió en el año 399 a.c., cuando Platón tendría alrededor de veintiséis años, que Sócrates participó en la guerra del Peloponeso de la cual salió Atenas derrotada, etc. En fin datos que invitan a comprender que la muerte de Sócrates dejó una profunda huella en su discípulo y el juicio desfavorable del discípulo respecto a sus conciudadanos y su ciudad natal. Qué fácil resulta con tales antecedentes comprender que Platón dedicará su pensamiento a averiguar cómo sus conciudadanos pudieron llegar a cometer tal injusticia y cómo podría lograrse una organización social en la que no sucedieran tales injusticias. Por este camino, no solo digo comprender la teoría de las ideas de Platón sino al pensador que pensó esas ideas y las dejo escritas. Me inclino a creer que mediante la comprensión del texto, no solo comprendo ideas, sino que llego a comprender a la persona que lo escribió y las razones que le asistieron para escribirlo.
Cuestión distinta consistiría en considerar desde un punto de vista lógico si efectivamente se puede llegar a comprender a una persona por el mero hecho de leer lo que ella dejó escrito. Pero en este caso, la comprensión del texto presentaría también carácter literario, pues la literatura ofrece al lector la ocasión para que imaginando alcance a comprender a unos personajes que están ahí tal y como sabe de ellos por medio de la palabra escrita. Incluso cabría decir que el lector alcanza a comprender al autor a través de sus personajes y gracias a las historias que narra. Sostengo que los mecanismos para comprender a un personaje de un relato literario y los que usamos para comprender a un autor real,  un pensador, son los mismos. En ambos casos conseguiré (o imaginaré conseguir) comprender a otro (real o ficticio) por mediación de la palabra escrita. Y advierto de que a menudo las hipótesis y las leyes científicas también se comprenden por mediación de la palabra escrita.
Y dicho esto, solo restaría pronunciarse, pues el criterio que he ofrecido para determinar el carácter científico o literario de un texto concede al lector la facultad de juzgar o comprender la relación entre el autor y lo escrito. Si el contenido de lo escrito lo considera independiente de su autor, el texto se comprenderá por su carácter científico (cercano a la ciencia); si por el contrario, el lector relaciona el contenido que lee con su autor de tal modo este es considerado como imprescindible, el texto se comprenderá por su carácter literario.
Por mi parte disfruto considerando los textos filosóficos como obras de literatura. A través de ellos me acerco al modo de comprender el mundo que en ellos quedó escrito. Y creo que comprendo a sus autores, a los filósofos, por lo que pensaron en un tiempo ya pasado. Y si me equivocara tanto mejor, señal de que aún quedarían otras tantas lecturas acerca de la misma obra. No niego que en ellos quepa adquirir conocimientos sólidos, tanto que pudieran ser comprendidos por su carácter científico. Pero reconozco que me inclino a considerar el discurso filosófico cercano a la literatura. Comprendo el texto filosófico por su vinculación con el autor. Ningún texto filosófico se parece a otro. Platón (s.IV a.c.) escribió diálogos porque quería que sus ideas llegaran a sus conciudadanos. Kant (s.XVIII), un tratado acerca de la razón pura porque creía haber logrado deslindar con precisión el límite que no podía rebasar el conocimiento humano. Y sin embargo, Nietzsche (s.XIX), que a esa pretensión kantiana dedicaba una sonora carcajada homérica, huía del conocimiento atrapado mediante conceptos. Husserl (s.XX) pretendió fundamentar el discurso científico y dotar a las ciencias de una unidad al comprenderlas como un único ámbito de conocimiento humano. Wittgenstein (s.XX) poco publicó en vida, y de lo que de él ha llegado escrito cabe descubrir un pensador profundo y un esfuerzo enorme por lograr que sus pensamientos alcanzaran la expresión escrita. En Heidegger (s.XX) también descubro un movimiento del pensar que huye de la comprensión conceptual, un movimiento que persigue sobrepasar esa comprensión y acudir a una comprensión fáctica de la existencia: comprender aquí siendo mientras comprendo. Y Zambrano (s.XX), una pensadora española en el exilio cuyo pensamiento estaba encaminado hacia lo más valioso, lamentaba y negaba la distinción entre filosofía y poesía, una pensadora que llego a defender el delirio como medio legitimo de expresión del pensamiento humano. Y otros tantos pensadores que ahora no menciono como Descartes, Hume u Ortega y Gasset.
Personalmente no encuentro ningún sentido a aprender la obra de estos autores, y otros tantos como ellos, sin leer sus textos. No solo esto, sino que considero sus obras de una riqueza tal que cada vez que releo alguno aparecen nuevos pensamientos, otras formas de comprender lo ya leído. Incluso, como ya he dicho, el equivocarme en la lectura, el descubrir que me equivoqué al interpretar a algún autor, me produce la alegría de descubrir más para aprender. Y agradezco el antiguo error porque sin él no habría llegado hasta ahí, hasta el momento de reconocer una comprensión errónea. Esa comprensión, ahora comprendida errónea, en su día constituyó un acontecimiento valioso no solo porque a través de él comprendí siquiera erróneamente, sino porque mediante ella yo me daba a conocer comprendiendo.
Precisamente por esto cuando me atrevo a juzgar que un autor se equivoca, cuando no doy mi pensar a torcer, entonces descubro su manera de comprender, su forma de estar en el mundo. Ahí ya no deseo corregir lo que comprendo como errores suyos, sino también me alegro de que los dejara por escrito, de que me diera la oportunidad de comprender que lo que ahora yo juzgo erróneo otros no lo juzgaron así. Por esta razón, aprecio hasta la forma que tuvieron de dejar escritos sus pensamientos. Por ejemplo podría citar la relevancia de Dios en el discurso cartesiano.  O el esquema mediante el cual Kant ofreció su tabla de categorías. No digo que fuera erróneo, pero ¿por qué no pudiera alterarse su exposición?, ¿por qué las categorías de cantidad son las primeras y las de modalidad las cuartas? ¿no podrían haberse ordenado esas mismas categorías de otro modo? Y mi respuesta a estas preguntas es que sí, que claro que podrían alterarse el orden y el esquema en que fueron ofrecidas. Pero en ese caso no tendría frente a mí el texto kantiano. A esa simple alteración le atribuyo una alteración en el modo de comprender, un matiz que permitiría sostener que ahí alguien está comprendiendo de otra manera distinta a la que expuso el autor.  Y de esta manera dejo de interesarme por enmendar al autor, y nace el afán por adentrarme en el modo de comprender que fundamentó el texto que tengo delante de mí. Y así descubro frente a mí un modo de comprender distinto del mío, y comprendo que nadie hoy podría escribir otro texto semejante. De este modo pierde valor el hecho de que pueda aprender el contenido verdadero del texto mediante las palabras de otros y aprecio el dar con las razones que fundamentan el modo de comprender cuya expresión quedó fijada en los signos escritos.
En definitiva, al incluir como parte esencial de todo discurso filosófico los supuestos errores que pudieran haber cometido sus autores, comprendo el texto como una obra singular e irrepetible. Al incluir los posibles errores como parte de una compleja manera de comprender ligada a la persona que la sostuvo en vida, descubro que caben tantos discursos filosóficos como personas, como pensadores, y que cabe la alteración de todo modo de comprender (bastaría citar como ejemplo a Wittgenstein y las diferencias entre el Tractatus y las Investigaciones filosóficas para ilustrar lo que denomino la alteración de un modo de comprender, en ese caso el lenguaje).
Desde esta perspectiva, la ciencia en términos generales consistiría en la pretensión de elaborar un discurso que contenga una manera de comprender independizada de todo autor. Y a esta pretensión yo le otorgo el carácter de científica o la considero como criterio de determinación de lo que estimo como científico. Sin embargo, la filosofía, entendida como disciplina, abarcaría una pluralidad de maneras de comprender, cada una de ellas ligada a su autor. La indagación científica estaría guiada por la exclusión de los errores, por su eliminación. La indagación filosófica radicaría en desarrollar distintas maneras de comprender lo mismo, distintos modos de transitar comprendiendo por el mismo mundo. Quizá cabría decir distintos modos de andar equivocadamente por el mundo, pero a fin de cuentas, maneras de mantenerse andando (piénsese cuántos seres humanos habrán vivido, y cuántos otros vivirán, entendiendo el mundo sin cometer ningún error en su comprensión. Y sin embargo este consistiría en el ideal de toda ciencia: crear un discurso sin errores).
Para acabar solo añadiría que yo distinguiría el discurso filosófico del literario por su relación con el pensamiento, por su pretensión sincera de expresar los pensamientos del autor. La sinceridad, la voluntad de comunicar la verdad, el amor a la sabiduría anima todo discurso filosófico (precisamente este ánimo lo compartiría con el discurrir científico). Por el contrario el discurso literario dispone de licencia para crear ficciones. María Zambrano ya advertía la vecindad de la filosofía con la poesía pues en ellas el poeta también se expresa con sinceridad, pero lo distinguiría de la filosofía porque el poeta no se siente constreñido por la exigencia de un razonamiento necesario para llegar a la conclusión valiosa, lo digno de ser escrito.

En definitiva, deseo acabar insistiendo en la idea de que el carácter científico, filosófico o literario de un texto no solo recaerá en el propio texto sino en la manera de comprenderlo o en la disposición que tenga el lector frente a él. Y, por mi parte, tan valioso puede resultar un texto científico como un texto literario, pues en todos ellos encontraré distintas maneras de comprender el mundo. Ahora bien, mi personal forma de comprender me inclina hacia la lectura de los textos en los cuales descubro el pensar y el sentir del ser humano que los escribió.

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