lunes, 10 de febrero de 2014

¿Por qué emplea Nietzsche las palabras de un modo tan poco comprensible?

Aquí, y en otros muchos pasajes similares, podría formularse una pregunta cercana a la irritación: ¿por qué emplea Nietzsche las palabras de un modo tan poco comprensible? La respuesta es clara: porque no escribe un manual escolar como «propedéutica» de una «filosofía» ya acabada sino que habla de modo inmediato desde lo que se trata propiamente de saber. En el campo visual de su razonamiento, la proposición comentada es lo más unívoca y concisa posible. Evidentemente, una decisión queda aún abierta: la de si un pensador debe hablar de modo que cualquiera lo comprenda sin más, o si lo pensado de modo pensante revalúa ser dicho de manera tal que quienes quieran repensarlo tengan que emprender antes un largo camino en el que aquel cualquiera quedará necesariamente atrás y sólo algunos llegarán a la cercanía de la meta. 
Esta cita pertenece a Heidegger y está sacada de su obra titulada Nietzsche, editada por Ariel filosofía (2013), páginas 488-489. Y la razón de haberla transcrito reside en que yo sí pienso que el pensador debería hablar de manera que le comprendan otros, no solo unos pocos. ¿Por qué  esta discrepancia?, ¿a qué razones obedece? Comenzaré por el final de la cita, en la que literalmente se afirma que sólo algunos llegarán a la cercanía de la meta. Pero por mi parte preguntaría, ¿cómo se determina una meta, el final de una llegada?, ¿cómo uno sabe que ha alcanzado la meta? ¿cómo descarta uno el haberse podido equivocar?

Mi respuesta parte de una premisa: si la meta la fija el mismo individuo que realiza el camino, nunca podría equivocarse; allí donde llegue fijará la meta, el final. Por consiguiente, la meta la pienso como un elemento de un juego de lenguaje, no como un algo determinado por un individuo privilegiado. En cualquier caso, si tuviera que considerarse que algunos individuos disponen de esa situación privilegiada, su posición habría que atribuirla a un juego de lenguaje (por ejemplo, el profesor de filosofía cuando imparte sus lecciones).
En consecuencia, considero como un supuesto de hecho la posibilidad de errar en mayor o en menor medida en el camino emprendido. Error que, siguiendo con la analogía, cabría ponderar como la mayor o menor distancia respecto de la meta. 
Por lo tanto, de las anteriores premisas infiero que el juicio acerca del mayor o menor acierto en la comprensión desplegada (ya sea por un pensador o por un simple lector) corresponderá a otros. En términos jurídicos, no es de recibo que la parte se constituya en su propio juez. Desde esta perspectiva, quien quiera que su discurso o su comprensión de un texto sea comprendida a su vez por otros deberá estar en disposición de aceptar su juicio.
Por otra parte, dada la complejidad de lo pensado por algunos pensadores considero que a menudo sus discursos contienen errores, que quedarán expresados mediante enunciados falsos (ahora soy yo quien ha adoptado la posición judicativa). Lo juzgado por mí como errores en otros, dado que por esos otros no fueron así considerados, los comprenderé como los más propio y personal de cada autor. Defiendo la comisión de errores porque me indican que ahí me encuentro frente a modos de pensar distintos del mío. Cuando considero que otro se equivoca descubro el modo en que el otro juzgará que el error cae de mi lado, no del suyo. De esta manera otorgo valor al pensamiento de los otros, porque no solo me encuentro frente a un modo de comprender distinto del mío, sino que además desde la comprensión del otro podré descubrir los errores que en mí se ocultaban.
En resumen, considero que todo discurso individual (el de cada pensador o el de cada lector) cuando más largo y complejo en mayor número de errores puede incurrir. También considero que en la actualidad la ignorancia no es debida a la carencia de verdades, sino a la superabundancia de las mismas. Considero que hay tantos enunciados verdaderos, constituyentes de otros tantos discursos verdaderos (y aquí yo distinguiría entre los enunciados asumidos por una comunidad y el discurso individual de cada pensador), que a menudo la cuestión a dirimir consistirá en determinar a cuál o cuáles dirigir nuestra atención. ¿Por qué he de detenerme a reflexionar sobre este discurso filosófico y no otro? Y frente a esta pregunta no me parece suficiente afirmar su verdad, pues no considero que un individuo disponga del tiempo necesario para prestar la debida atención a todos los discursos verdaderos, por el mero hecho de ser verdaderos, y ello con independencia de su carácter filosófico, científico o literario. En definitiva, distingo entre los discursos en los que el pensador adopta una posición desde la que se considera a sí mismo como si descubriera una verdad ineludible (y que al parecer esto le justifica a expresarse con no demasiada claridad); y aquellos discursos que en sí deben mostrar las razones por las que el lector debería prestarles atención, entretenerse en ellos más tiempo del debido. Mi posición decanta por el discurso filosófico que asume expresarse de tal forma que muestre y justifique con claridad las razones de su extensión y complejidad. La expresión del discurso, su complejidad, no debería ser ajena a lo en él contenido ni, probablemente, a la manera en que fue pensado y concebido.
Ahora bien, respecto a Nietzsche, quedaría por dilucidar si él pretendía que el lector pudiera juzgar acertadamente sus textos o por el contrario provocar en él su propio discurrir, es decir, sus propios errores. A fin de cuentas la verdad, según Nietzsche, no es más que un error necesario. Y ahora recuerdo uno de sus aforismo: «Toda verdad es simple, ¿no es esto una doble mentira?». Cita que en este contexto la interpreto del siguiente modo: toda verdad expresada con claridad miente, no por no ser verdadera, sino por privar del camino para llegar hasta ella a quien la escuche. En esos casos, mejor sería que el lector cometiera sus propios errores antes que adoptar una verdad ajena (aunque no debiera olvidar que lo que escuchó era una doble mentira y a fin de cuentas, verdadera).  





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