sábado, 30 de noviembre de 2013

La tarea kantiana: dar plena satisfacción a la razón humana.

Kant finalizó su obra, Crítica de la razón pura, con las siguientes palabras:
Sólo queda el camino crítico. Si el lector ha tenido la amabilidad y la paciencia de recorrerlo conmigo, puede ahora juzgar si le gustaría aportar su parte para contribuir a la conversión de este sendero en camino real, para conseguir antes de que termine este silbo lo que muchos silbos no han sido todavía capaces de obtener: dar plena satisfacción a la razón humana en relación con los temas a los que siempre ha dedicado su afán de saber, pero inútilmente hasta hoy. (B884)

En estas palabras encuentro la idea central que animó a crear esta obra filosófica. Con independencia de la cercanía o lejanía de mi lectura, lo cierto es que me parece casi imposible que en la actualidad haya algún filósofo capaz de abordar una obra de esta envergadura. Y me pregunto ¿por qué estoy convencido de ello? ¿Por qué encuentro en esta obra un texto irrepetible, que no volverá a darse nada parecido en la historia? Y no digo que esta afirmación sea verdadero, sino que yo me encuentro convencido de ella.
Y la respuesta la entreveo en la manifestación de la tarea asumida: dar plena satisfacción a la razón humana. ¿Quién escribirá hoy en día un ensayo de filosofía pretendiendo lograr la plena satisfacción de la razón humana? ¿Quién dedicará tanto esfuerzo como dedicó Kant a este cometido?
Sencillamente, ahí encuentro lo que me atrevería a calificar como un error kantiano: creer que la razón puede alcanzar plena satisfacción. Influido por los fragmentos de Heráclito me atrevería a decir que la satisfacción de la razón reside en su insatisfacción. El pensamiento lo entiendo como movimiento nacido de la insatisfacción o inquietud que busca su satisfacción. Pero esa satisfacción no eliminará ese movimiento sino que constituirá el suelo o fundamento sobre el que aparecerán nuevas inquietudes. La tarea de pensar e incluso de imaginar radica en aceptar las inquietudes, buscar insatisfacciones que muevan a pensar. El pensamiento reposa en su propio movimiento, el pensamiento se aquieta en su propia inquietud. Y claro, con estas premisas quién osaría afirmar que es capaz de crear un sistema filosófico que por fin logre dar plena satisfacción a la razón humana.
Además, también cabría preguntar por la razón de quién. Cabría rechazar ese uso impersonal de las palabras "razón humana". La razón humana solo la entiendo referida a un individuo. Él, el individuo, es el que está inquieto, el que persigue satisfacción, el que sabe de sus propias inquietudes y las expresa y deja por escrito.
Y claro, dicho esto, ahora aparece junto a mí otro que me responde: "La razón humana de Immanuel Kant, no de otro. Todo el texto que acabas de leer está sostenido por el ánimo y la inquietud de su autor". Y comprendo que durante toda la lectura me he encontrado acompañado por las razones de otro, de Kant, que animaron su propio pensamiento, lo dotaron de vida, hasta el punto de quedar expresado en el libro que acabo de leer. Y me sorprende aquello que ahora entiendo como el producto de la razón humana, de la de Kant, y agradezco la confianza que tuvo en iniciar la tarea de alcanzar a dar plena satisfacción a la razón humana. Magnifico error sin el cual entiendo que una obra así nunca hubiera sido abordada. Error que no desearía que fuera enmendado, no antes de volver a él una y otra vez hasta que me canse de leerlo, hasta que me canse de sentir la profundidad y fuerza de un pensar que aconteció en la historia de la filosofía de Occidente y sobre el cual tengo la certeza de que nadie podrá emular (pues cada quien ha de cometer sus propios errores).
Me permitiré discrepar de las ideas kantianas para decir que la filosofía no es ciencia, sino discurso nacido del pensamiento humano, de los pensamientos pensados por individuos concretos, pensamientos animados por pensadores. Pensamientos en cuya expresión cabe encontrar aquello que los animó, aquello que movió a expresarlos y dejarlos por escrito. Y con el paso del tiempo uno descubre en ellos no solo que no se volverán a dar tal y como uno imagina que debieron acontecer, sino también cabe descubrir en ellos la manera en la que el pensador comprendió el mundo en el que vivió. El mismo mundo en el que nos encontramos.
Y nada obsta para que, una vez comprendida ese modo de comprender propio del pensador, juzgue el lector sobre su acierto o desacierto. Por mi parte me quedo con la profundidad de los pensamientos que imagino haber comprendido.

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