domingo, 6 de octubre de 2013

Razones de valer en la Crítica de la razón pura

El siguiente texto está transcrito de la página 73 de la Crítica de la razón pura, escrita por Immanuel Kant, (Editorial Taurus, 2007), concretamente el párrafo A30 dentro de la estética transcendental, sección primera, el espacio. Dice así:

El concepto trascendental de fenómeno en el espacio, por el contrario, recuerda de modo crítico que nada de cuanto intuimos en el espacio constituye una cosa en sí y que tampoco él mismo es una forma de las cosas, una forma que les pertenezca como propia, sino que los objetos en sí nos son desconocidos y que lo que nosotros llamamos objetos exteriores no son otra cosa que simples representaciones de nuestra sensibilidad, cuya forma es el espacio y cuyo verdadero correlato -la cosa en sí- no nos es, ni puede sernos, conocido por medio de tales representaciones.

 Literalmente Kant afirmó que los objetos en sí nos son desconocidos. Frente a palabras como estas me detengo y me pregunto, ¿por qué entonces distinguir entre objetos en sí y la representación de esos objetos? ¿Por qué incidir en esta diferencia? Pues si los objetos en sí nos son desconocidos quizá, aunque fuera por mero azar, alguna vez pudieran corresponder con eso que Kant denomina representaciones suyas? Dicho con otras palabras, si el objeto en sí permanece desconocido, y de él solo se sabe la imposibilidad de su conocimiento,  ¿para qué presumir su existencia? ¿No podría afirmarse igualmente la inexistencia del objeto en sí?
Llegado a este punto me dirijo a averiguar la razón de la diferencia entre la cosa en sí y su representación ¿Por qué hizo valer Kant esta diferencia? Y la respuesta que acepto me muestra lo que podría denominarse el destierro de la ignorancia: desalojar la ignorancia del espacio abarcado por el conocimiento humano. Distinguir entre aquello que ignoramos y no podremos llegar a conocer jamás (la cosa en sí) y aquello que conocemos o que podemos llegar a conocer (la representación). Lo cual quiere decir, asentar en fundamentos firmes (apodícticos) el conocimiento humano. Esta pretensión la encuentro en el discurso kantiano y la considero la razón de valer de la diferencia citada.
La cuestión que restaría por dilucidar interrogaría sobre si, con esta distinción entre la cosa en sí y la representación, Kant consiguió excluir del mundo de las representaciones la ignorancia humana o, lo que me vale por igual, el error. Sencillamente, si Kant logró hacer valer un horizonte cognoscible en el que el error (en cuyo concepto cabría incluir la contradicción) fuera siempre consecuencia de una comprensión inadecuada de ese mundo de representaciones humanas.
Ciertamente, el movimiento del pensar kantiano perseguí alcanzar una meta valiosa para el pensamiento humano (dicho en términos generales).

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