domingo, 27 de octubre de 2013

Acerca de la naturaleza discursiva de los conceptos en Kant.

Las siguientes palabras de Kant las transcribo porque en ella encuentro la ocasión para expresar algunas dudas que continuamente pueden aparecer durante la lectura de la Crítica de la razón pura:
A pesar de la gran riqueza de nuestras lenguas, el pensador tiene a menudo dificultades para encontrar el término que corresponde exactamente a su concepto. A falta del mismo, no puede hacerse entender adecuadamente ni frente a los otros ni frente a sí mismo. (Kant, Crítica de la razón pura, A312).
Aquí encuentro lo que denominaría una tarea propia del pensador: el buscar la palabra exacta que corresponda con el concepto pensado. Esta tarea tendrá como base en la que sostenerse la firmeza del concepto. Este, el concepto, está dado por firme en el pensador y quedará pendiente de determinación el término que exprese de forma adecuada ese concepto. Ahora bien, cabría preguntar si ese concepto ya dado por firme posee naturaleza discursiva o no.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Nietzsche, la ignorancia y las palabras.

Donde nuestra ignorancia empieza, donde ya no llegamos con la vista, ponemos una palabra: por ejemplo, la palabra "yo", la palabra "acción", la palabra "pasión", que son quizá líneas del horizonte de nuestro pensamiento, pero de ninguna manera "verdades". (Nietzsche, La voluntad de poder, Biblioteca Edaf, (2000), p.337) 
He transcrito este texto porque encuentro que habla sobre la voluntad del ser humano por enfrentarse a su ignorancia. Ahora bien, cierto que las palabras puestas allí donde nuestra ignorancia empieza no son "verdades", pero yo las consideraría como la expresión de la manera de tratar con lo que se ignora. Y diría más, la ignorancia no empieza allí donde ya no llegamos con la vista, sino aquí en todo aquello a lo que ya llegamos con la vista.

domingo, 20 de octubre de 2013

Las andaderas del Juicio, según Kant.

Comprendo por posición de valor el lugar ocupado por un individuo o persona y que da razón de lo por ella apreciado al actuar desde dicho lugar y, en consecuencia, al expresar lo descubierto desde dicha posición. Cabría considerar esta denominación cercana a la de punto de vista, sin embargo rechazo esta última expresión por distintas razones: la palabra punto me parece que desprecia el lugar del individuo reduciéndolo a la pequeñez, la remisión al sentido de la vista la estimo empobrecedora y, por último, no tendría porque considerarse un movimiento plenamente consciente (tal y como sí lo sería ofrecer lo visto desde un punto).
Esta explicación viene al hilo de que en el siguiente fragmento de Kant encuentro una diferencia fundamental entre la posición de valor del autor y mi posición de lector respecto de lo que espero encontrar al leer un texto filosófico:
En efecto, los ejemplos suelen tener, en lo que a la corrección y precisión de la comprensión intelectual se refiere, efectos más bien negativos, ya que muy pocas veces cumplen adecuadamente los requisitos de la regla (como casus in terminis). Además, suelen reducir el esfuerzo del entendimiento por comprender las reglas en su universaslidad, atendiendo a su propia suficiencia e independientemente de las especiales circunstancias empíricas. Por ello nos acostumbran a aplicar las reglas como fórmulas, más que como principios. Así, pues, los ejemplos son como las andaderas del Juicio, las andaderas de las que nunca puede prescindir quien carece del talento natural del Juicio. (Kant, Crítica de la razón pura, B173-174).
Esta cita ofrece de forma clara el valor que Kant atribuía a los ejemplos, al menos en la época en la que escribió estas palabras. Sin embargo, yo aprecio los ejemplos de otro modo. Cuando leo un texto no busco apreciar la universalidad de las reglas, lo cual no significa que la desprecie. Sencillamente, cuando leo un texto espero que el autor me hable desde el mundo en el que se encuentra, espero alcanzar a comprender la manera propia del autor de referirse al mundo que lo rodea. Desde esta perspectiva personal, entiendo que los ejemplos expresan encuentros realizados. Mediante ejemplos el autor refiere su modo particular de comprender lo que encuentra, allí donde él se encuentra. Consecuentemente, sucede que cuanto más particular o singular sea el ejemplo con mayor detalle ilustrará la posición del autor.
El movimiento que acabo de realizar constituye una inversión del valor. Por su parte, Kant no otorgó una relevancia excesiva a los ejemplos. Por mi parte, yo sí que otorgo un carácter relevante a los ejemplos, pues ellos me acercan al mundo desde el cual el autor escribía. Los ejemplos matizan el modo de comprender del autor, anclan particularmente el discurso con el mundo desde el que el autor habla. La razón de esta inversión de valor la encuentro en que mientras Kant perseguí desvelar las reglas universales por medio de las cuales el conocimiento humano adquiere carácter apodíctico, yo (dado que me encuentro en un lugar distinto del de Kant) persigo la manera de comprender propia del autor.
Precisamente, en el enunciado los ejemplos son como las andaderas del Juicio he encontrado una diferencia de posición de valor. Y por esta razón lo aprecio, porque en él he encontrado una manera propia del autor del texto, su pensamiento (pues con ese enunciado ha quedado algo pensado y yo no me considero el autor de este pensamiento aquí realizado). 

jueves, 17 de octubre de 2013

Acerca de la representación del tiempo, según Kant.

[...] sólo podemos representarnos el tiempo (que es un objeto de la intuición externa) con la imagen de una línea que trazamos. Sin esta última forma de mostrar, no seríamos capaces de conocer la unicidad de su dimensión. (Kant, Crítica de la razón pura; Taurus (2007); B156).
No pretendo negar que el tiempo se represente solamente con una línea que trazamos, aunque cualquiera pudiera preguntar si no podrían darse otras formas de representar el tiempo. Quiero dirigir la atención a que en este texto explícitamente Kant debió decir: Sólo podemos representarnos correctamente el tiempo... No obstante, supondré que cualquiera alegaría que se da por sabido que la representación pretendida es la correcta.
Pues bien, mi interés filosófico se separa ahí en busca de otros derroteros. Me pregunto, ¿cuántas maneras podrían darse de representar el tiempo incorrectamente? Si alguien me ofreciera una representación incorrecta del tiempo, ¿cómo lo lograría? ¿Por qué creyó, quien así actuara, que habría representado el tiempo? ¿Qué razones tuvo para ello?
Para acabar, si aquello con lo que fue representado el tiempo de forma incorrecta presentara un uso distinto (representara algo que no fuera el tiempo), ¿no podría resultar por ello valiosa esa representación, incluso más valiosa que la representación lineal del tiempo?
Y ahora me descubro buscando las razones por las que Kant pensó que el tiempo sólo se podría representar con la imagen de una línea que trazamos (pues nada me impide estimar, al menos momentáneamente, como incorrecta la propuesta kantiana).

sábado, 12 de octubre de 2013

La pregunta por la contradicción

Cita literal del libro titulado Sabiduría para pasado mañana, antología de fragmentos póstumos de Nietzsche, editada por Tecnos (2009), página 59.

7. [152]¿Cómo surge el arte? Como medicina para el conocimiento.La vida sólo es posible a través de imágenes ilusorias del arte.La existencia empírica condicionada por la representación.¿Para quién es necesaria esta representación artística?Si lo Uno primordial necesita la apariencia, entonces su esencia es la contradicción.La apariencia, el devenir, el placer.

En este texto encuentro que se da por sabido aquello que al menos yo no daría por sabido. Pues preguntaría: ¿Y cuál es la esencia de la contradicción?
Dado que si la esencia de la contradicción fuera que no cabe el darse de lo contradictorio, no habría mayor contradicción que el darse y no darse de lo contradictorio.
Por un lado, todo lo que se da en tanto que acontece se dará exento de contradicción (si fuera contradictorio no acontecería).
Ahora bien, si no se diera la contradicción, no cabría su negación mediante el principio de no contradicción. Si no se diera contradicción alguna, ni siquiera sería formulado el principio de no contradicción. Por lo tanto, si comprendo (o comprendemos) el principio de no-contradicción, la contradicción se da, acontece.
Por consiguiente, aquel uno primordial cuya esencia es la contradicción requerirá en cumplimiento de su propia esencia la aplicación del principio de no contradicción. Pues no habrá mayor contradicción esencial que esta.
En otras palabras, allí donde aparezca la contradicción se encontrará con carácter inherente el principio de no-contradicción (aparecerá para negarla). Por el contrario, allí donde resulte aplicable el principio de no-contradicción, la contradicción ya estará puesta como fundamento de este principio (para negar la contradicción, antes será comprendida). 
En definitiva, tan esencial como la contradicción será la negación de la contradicción, lo cual de por sí constituye una contradicción.

Y me quedo pensando..., ¿no nacerá la contradicción de la humana pretensión de imponer un modo de comprender el mundo? ¿No subyacen en las palabras de Nietzsche esa misma pretensión de imponer una manera de comprender? ¿Por qué entender como contradictorio lo que, paradójicamente, por ser contradictorio podría pensarse como no-contradictorio?

Ni siquiera podría afirmar que comprendo el alcance de lo que trato de decir. Pero vislumbro que, como tantas otras veces, aquí me queda mucho por indagar.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Un enunciado falso en la Crítica de la razón pura


El siguiente texto pertenece a la Crítica de la razón pura, precisamente en el final del apartado dedicado a la función lógica del entendimiento en los juicios. Y me ha llamado la atención porque lo considero falso. Pero para explicarme mejor comenzaré por transcribirlo:

«La proposición apodíctica piensa la asertórica como determinada por esas leyes del mismo entendimiento y, por ello, como afirmando a priori; así es como expresa necesidad lógica». (Kant, Crítica de la razón pura; Taurus, 2007, p.110; A76).
Desconozco el acierto o desacierto de la traducción, pero las proposiciones no piensan. Así que o bien es falso el enunciado que acabo de escribir o, en caso contrario, aparecería una contradicción. Por una parte la proposición apodíctica piensa y, por la otra, la proposición apodíctica no piensa.
Ciertamente, cabría defenderse de esta modesta crítica alegando que me he quedado en una lectura literal del significado. Lo comprendería. Pero aquí comienza la cuestión sobre la que quiero profundizar.
Precisamente Kant previamente había afirmado que el conocimiento consiste en abarcar conceptualmente las intuiciones sensibles (considero bien conocido las célebres palabras de Kant: «Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas.»).
Dentro de este horizonte de comprensión, yo preguntaría: ¿Cómo abarcar por el concepto de «proposición apodíctica» el acto comprendido mediante el concepto de «pensar», o de «acción de pensar»? Precisamente esos conceptos los encuentro en la proposición estudiada (las proposiciones apodícticas piensan las asertóricas…). En tanto que juicio, y según la tabla de juicios propuesta por Kant, se trataría de un juicio universal (cantidad), afirmativo (pues ni es negativo ni infinito) y, según la relación, categórico (ni hipotético ni disyuntivo). Por lo que quedaría por determinar si el juicio tiene carácter problemático, asertórico o apodíctico. Y dado que mediante ese juicio entiendo que quedó expresado el pensamiento del autor, Kant, comprenderé ese juicio como asertórico. Y en consecuencia lo considero falso o, lo que es igual, no verdadero.
No digo que dicho enunciado no se comprenda, sino que en un discurso que trata de demostrar que el conocimiento consiste en la tarea de abarcar las intuiciones mediante conceptos, no debería aparecer un uso de conceptos que va más allá del propio concepto. Este enunciado, su uso ahí, entraría en contradicción con lo que pretendía demostrar Kant, que el conocimiento consiste en el uso estricto de los conceptos. De ser así, la proposición enjuiciada debería evitarse por ser falsa.
Pero entonces me descubro dirigiéndome la siguiente pregunta, ¿si me encuentro con enunciados falsos como este, por qué sigo leyendo?
La respuesta, a estas alturas, me parece sencilla: porque en ello encuentro algo valioso.
Precisamente, en el enunciado falso me detengo a pensar, me descubro divagando sobre él. Y en este caso concreto pienso que Immanuel Kant era un pesador vivo al momento de escribir ese enunciado. No solo que él vivía, sino que su pensar discurría, se movía. Por una parte estaba el pensador y aquello que pretendía decir, aquello que pretendía dejar escrito: su pensamiento (entendido como producto lógico y consistente). Por otra parte, estaba el ser humano que recurría al lenguaje para expresar aquello que pensaba en un determinado momento y lugar, sus pensamientos y sus modos o maneras de expresarlos.
Y ahí en esa pequeña discrepancia me imagino haberme encontrado no con Kant, el gran pesador del que hablan todas las historias de filosofía de Occidente, sino con Inmanuel Kant la persona que asumió el reto de pensar y expresar su pensamiento en una obra como la Crítica de la razón pura.
¡Qué usó para ello algunos enunciados falsos! ¡Tanto mejor!
No seré yo quien juzgue sobre el acierto o desacierto acerca del contenido de su obra. Por mi parte me basta con descubrir por mediación de las palabras escritas unos pensamientos que acontecieron en un determinado tiempo y en un determinado lugar. Pensamientos a los que debo atribuir una valor muy singular, pues incluso en esos casos en que los considero falsos me mueven a pensar (tal y como aquí acaba de suceder). 

domingo, 6 de octubre de 2013

Razones de valer en la Crítica de la razón pura

El siguiente texto está transcrito de la página 73 de la Crítica de la razón pura, escrita por Immanuel Kant, (Editorial Taurus, 2007), concretamente el párrafo A30 dentro de la estética transcendental, sección primera, el espacio. Dice así:

El concepto trascendental de fenómeno en el espacio, por el contrario, recuerda de modo crítico que nada de cuanto intuimos en el espacio constituye una cosa en sí y que tampoco él mismo es una forma de las cosas, una forma que les pertenezca como propia, sino que los objetos en sí nos son desconocidos y que lo que nosotros llamamos objetos exteriores no son otra cosa que simples representaciones de nuestra sensibilidad, cuya forma es el espacio y cuyo verdadero correlato -la cosa en sí- no nos es, ni puede sernos, conocido por medio de tales representaciones.

 Literalmente Kant afirmó que los objetos en sí nos son desconocidos. Frente a palabras como estas me detengo y me pregunto, ¿por qué entonces distinguir entre objetos en sí y la representación de esos objetos? ¿Por qué incidir en esta diferencia? Pues si los objetos en sí nos son desconocidos quizá, aunque fuera por mero azar, alguna vez pudieran corresponder con eso que Kant denomina representaciones suyas? Dicho con otras palabras, si el objeto en sí permanece desconocido, y de él solo se sabe la imposibilidad de su conocimiento,  ¿para qué presumir su existencia? ¿No podría afirmarse igualmente la inexistencia del objeto en sí?
Llegado a este punto me dirijo a averiguar la razón de la diferencia entre la cosa en sí y su representación ¿Por qué hizo valer Kant esta diferencia? Y la respuesta que acepto me muestra lo que podría denominarse el destierro de la ignorancia: desalojar la ignorancia del espacio abarcado por el conocimiento humano. Distinguir entre aquello que ignoramos y no podremos llegar a conocer jamás (la cosa en sí) y aquello que conocemos o que podemos llegar a conocer (la representación). Lo cual quiere decir, asentar en fundamentos firmes (apodícticos) el conocimiento humano. Esta pretensión la encuentro en el discurso kantiano y la considero la razón de valer de la diferencia citada.
La cuestión que restaría por dilucidar interrogaría sobre si, con esta distinción entre la cosa en sí y la representación, Kant consiguió excluir del mundo de las representaciones la ignorancia humana o, lo que me vale por igual, el error. Sencillamente, si Kant logró hacer valer un horizonte cognoscible en el que el error (en cuyo concepto cabría incluir la contradicción) fuera siempre consecuencia de una comprensión inadecuada de ese mundo de representaciones humanas.
Ciertamente, el movimiento del pensar kantiano perseguí alcanzar una meta valiosa para el pensamiento humano (dicho en términos generales).