Cuando pensamos se tiene la impresión de que las cosas aparecen ellas ante nuestra inteligencia, asimilada, por una metáfora ancestral del conocimiento, a la visión -y ha de tener su razón, sin duda-. Y, sin embargo, en el pensar somos eminentemente activos. Inversamente, cuando se siente, se tiene la impresión de actividad, de ser activo y cuando sentir es, en realidad, pasividad, pues sólo en virtud de la pasividad sentimos, somos afectados, alterados. Ello proviene de algo que aquí nos interesa -puede provenir de algo más-, de que al sentir nos manifestamos, nos declaramos y descubrimos más que al pensar. Al pensar descubrimos la realidad, al sentir descubrimos nuestra propia realidad. Realidad en el sentido análogo al de la realidad exterior: lo que nos resiste.
Cuando leo un texto como el que acabo de transcribir me suelo preguntar por el sentido de la diferencia entre lo activo y lo pasivo en el ser humano. ¿Hasta que punto las categorías de activo y pasivo permiten comprender la complejidad humana? Acaso, ¿dejamos de sentir mientras pensamos, o dejamos de pensar mientras sentimos?
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